
Hacer teatro independiente, es correr una carrera de fondo. Digo esto porque el primer borrador de Óxido lo terminé de escribir a principios del 2018. Hace cuatro años.
Por eso, escribir, ahora, sobre el proceso creativo de la obra, se me asemeja a vaciar la casa de un familiar querido que ya no está. Recuerdo nítidamente el origen de la obra. No hubo imagen generadora. Partió de una premisa muy racional; lo que a día de hoy me asombra, puesto que la obra acabó siendo una comedia muy visceral.
Dos personajes están hablando de un tercer personaje que no está en escena. Uno de ellos dice cosas fuertes sobre la tercera persona. El otro no conoce a la tercera persona. Entra esa tercera persona. Esa tercera persona no aparenta para nada ser lo que se ha dicho de ella. ¿Será o no será lo que han dicho de ella?
Así arranca Óxido. Ya tenía algo a lo que agarrarme. Un principio. Y mucho por escribir para ver qué pasaba con esa premisa. Y comencé. Pero dónde pasaba esto. Dónde estaban. Para qué iba Inés- la tercera persona en cuestión que ya tenía nombre. Click. ¿Y si sucede en un consultorio odontológico?

A parte de dramaturgo, dirijo mis propias obras, y por lo tanto también las produzco. La idea era descabellada. Costosa. Un delirio. Pero en cuanto apareció el consultorio fue cuando verdaderamente entré en Óxido. Fue la decisión más importante, y la más acertada. Uno sabe que ir al dentista es una cita con el dolor, pero uno va porque también es una promesa de alivio.
No tenía claro aún qué quería contar, pero sí la intuición de que había algo en esa dualidad que me atraía. Un lugar donde lo limpio y lo sucio, la sangre, el dolor, la anestesia, el alivio -otra vez el alivio- tienen lugar. Y en ese punto me sentí bastante tonto al descubrir que era obvio sobre lo que quería escribir. “INfieles.docx” fue el nombre del primer archivo que guardo de lo que después acabó siendo Óxido. Era tan evidente que no lo podía ver. Mejor dicho, que no lo quería ver. Me tocaba de cerca, y me hacía darme cuenta de que hay ciertas cosas que no sé si lo son, pero al menos sí se sienten complejas.
Tenía un mundo increíble y muy sugestivo, una premisa, un tema, y tres personajes: Inés, Gastón y Mauro. La escritura empezó a fluir. Hasta que no. En ese momento además estaba por reestrenar mi primera obra Una fuga de agua, y sorpresivamente necesitaba un reemplazo urgente, y los necesarios ensayos antes del reestreno. Pero no abandoné Óxido. Aunque sí dejé de escribir. Por unos cuatro meses o más.
Para mí, abandonar una obra es cuando dejas de pensar en ella. Todo se empieza a difuminar hasta que desaparece. Ese tiempo no solo daba vueltas y vueltas a la trama, sino que además me iba adentrando en ese mundo. Descubrí por ejemplo que el óxido nitroso, también conocido como gas de la risa, fue el primer anestésico usado en medicina. Que el que lo inventó lo quería usar como conservante, pero no servía para eso. Que se usaban lúdicamente en ferias y circos porque si lo inhalabas te daba una risa tremenda. O cómo el odontólogo Horace Wells intuyó sus propiedades anestésicas. Quedé maravillado. Las casualidades, el dolor, la hilaridad. Todo encajaba.

Volví a escribir. Intensivamente. Ya no era una obra de infieles. El archivo ya se llamaba Óxido. Por el gas. Por lo correoso. Porque estos personajes estaban heridos. A la deriva. Necesitaban estar juntos. Volvía a la premisa: es lo que se dice de un personaje lo que ese personaje es. Lo que dice o hace un personaje ES, hasta que la obra demuestre lo contrario-decía siempre Juan Carlos Gené. Y si una obra te demuestra constantemente que los personajes son muchas cosas y de muchas maneras. O si un personaje miente. Aún sabiendo que te está mintiendo, también te condiciona. O no. Capaz te lo quieres creer. Capaz necesitas creértelo. Y ahí apareció el cartel publicitario que se ve desde el consultorio. La metáfora y el final de la obra. El afuera en contraposición con lo que está adentro. El que dictamina. El que te incita a ser como ha establecido que se debe ser. Un cartel anunciando una hamburguesa, o un perfume. Por eso Inés, Gastón y Mauro estaban encerrados adentro. Porque el afuera los juzga, y también los condena. Ya no era una obra de infieles, pero había un triángulo amoroso. Se necesitaban.
En un par de meses había terminado de escribir Óxido. Me latía fuerte. Así que busqué elenco y di con uno magistral: Natalia Santiago, Guillermo Berthold y Gerardo Serre, quienes desde el principio se entregaron y se fueron oxidando ensayo tras ensayo con una entrega digna de admiración.
Estrenamos a finales del 2019 un poco por casualidad. La idea era hacer una suerte de work in progress. Y la obra fue creciendo. Antes de cada función cambiábamos cosas. Íbamos ajustando. Prueba y error. Pero después llegó marzo del 2020 y la pandemia. Pasaron dos años más. Estábamos más oxidados que nunca. Tuvimos la suerte de poder volver a ensayar. Volver a probar cosas. Cambiar. Ajustar. Terminar de cerrar el proceso. Terminar de oxidarnos.
*Viernes a las 22.30hs. En el Teatro El Grito (Costa Rica 5459)
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